“NUESTRA MISIÓN ES AYUDAR A LOS NIÑOS Y NIÑAS A ENCONTRAR SU LUGAR EN MUNDO”

Por Juan A. Gordón

Una entrevista a Víctor Juan es fácil y difícil. Es fácil porque sabes que siempre habrá respuestas, pero difícil porque esas respuestas son siempre puertas que llevan a otras preguntas, a otras historias, siempre entrelazadas y siempre repletas de nombres, de anécdotas, de datos apasionantes. Esto es sólo un resumen de la conversación mantenida a primeros de mayo en un aula de Primero de Infantil del Colegio Costa.

En la puerta del Costa se dice que nuestra escuela “es la sociedad entera, la naturaleza entera, el mundo”. ¿Qué es para usted la escuela?

La escuela es el sitio del que no he salido desde que tenía dos años, cuando mi madre me compró una bata y una silla y me llevó a la escuela de Caspe. En la escuela, en muchas escuelas, llevo ya 50 años, a ambos lados del pupitre, desde que era un párvulo. Como decían algunos maestros de la República, “la escuela no es el jardín que imaginas”: no es un lugar idílico. Es un lugar complicado, como la vida y como la sociedad. De los maestros depende que sea un instrumento que reproduzca las desigualdades de la sociedad o un instrumento de liberación y de emancipación.

¿Tan determinante es la actitud del profesorado?

Por supuesto, y más aún cuanto más pequeños son los alumnos. De 0 a 6 años es la etapa definitiva en la educación, la más importante. Que te toque un mal profesor en la Universidad no es demasiado grave. Sin embargo, lo esencial es que los niños en Infantil tengan una maestra o maestro que les sepa mirar, que sepa hacerse preguntas y que abra ventanas en sus vidas. La escuela es el lugar donde se construye gran parte de lo que vamos a ser. Para bien y para mal.

Su maestra de Caspe, doña Julia, tendría como reto hacer de usted un niño “de provecho” que pudiera salir del pueblo. ¿Qué retos tiene el profesorado actual? ¿Es más difícil enseñar ahora que antes?

Todos vivimos en un mundo muy complejo en el que es cada vez más difícil ser niño, ser ciudadano, ser padre… Los educadores tenemos que ser optimistas, pensar que se puede mejorar el mundo y que, quienes se educan contigo, van a ser más felices y aprovecharán la vida. Pero es cada vez más difícil. Necesitamos maestros capaces de dar sentido a la realidad. Ahora los niños saben muchas cosas, todos tenemos pantallas y más acceso a la información que nunca. Pero, bajo una apariencia de libertad, posiblemente estemos más expuestos que nunca a ser manipulados, a que se esconda lo valioso frente a lo banal. Nuestra labor como maestros y como padres es que los niños aprendan a mirar, a interpretar, y que encuentren un sitio en el mundo.

Tengo la sensación de que ahora hay poca motivación por aprender y mucha “distracción” respecto a lo realmente importante…

Joaquín Costa decía: “Si no puedo estudiar no quiero vivir”. Y lo hizo venciendo muchas dificultades, porque estaba muy enfermo y era muy pobre. Todo lo que hizo fue gracias a su pasión por el conocimiento. Él quería entender el mundo y esa tarea hoy es más urgente y complicada que nunca para nuestros jóvenes. Pero no todo es tener datos en la cabeza.

Yo fui un niño pescador en Caspe junto a mi abuelo Valentín. Pescando aprendí lo que es estar, esperar, no hacer nada, mirar. Los niños de hoy tendrían que aprender también a no hacer nada. No digo estar con los botones y pantallas, no. Yo estaba quieto y soñaba, imaginaba, pensaba… María Sánchez Arbós, maestra y pedagoga –también vapuleada por la Guerra Civil- escribió un texto, “El arte de perder el tiempo”, y estoy con ella. Yo dedicaría una hora de clase a no hacer nada, a dar un paseo, para soñar, para pensar, para imaginar quién quieres ser.

¿Tendrían que cambiar mucho las cosas para conseguir ese tipo de educación?

Que se ponga en marcha una nueva reforma no me explica el sistema educativo que tenemos hoy. Yo necesito el tiempo largo. Para saber qué sistema educativo tenemos no hay que examinar de PISA a los escolares, sino a sus abuelos y a sus padres. Cuando pienso en la escuela, en realidad estoy analizando la sociedad de cada época, porque es un reflejo de ella. Nuestras escuelas, este sistema educativo, esta sociedad, son todavía hijas de la dictadura, de un régimen inmoral. La nula cultura que hay por lo público, el desprecio por lo que es de todos, los múltiples escándalos de corrupción… Todo eso viene de la dictadura y de los valores “cero” en los que se nos ha educado.

Da vértigo pensar cómo hubiera sido todo sin una Guerra Civil y una dictadura…

Cuando explico Historia de la Educación divido el siglo XX en varias etapas. El primer tercio fue el de la modernización, con ejemplos como este edificio del Costa, que condensa las ideas de la “Escuela Nueva”: techos altos, aulas amplias, luz, ventilación, espacios nuevos, laboratorio, salón de actos… Todo nos habla de pedagogía, con el niño como medida de todas las cosas.

Luego llegó la Segunda República, un tiempo de luz, de la gran ilusión, que decía Tuñón de Lara. Después, la Guerra Civil, injusta la miremos por donde la miremos, que nos destroza y es una cicatriz que aún nos sangra. Y, a continuación, 40 años de dictadura, la “Longa noite de pedra” de la que hablaba Celso Emilio Ferreiro. Unos años en los que se defendía y aplicaba  “la pedagogía del dolor” frente a los métodos modernos que venían de Europa.

Una figura clave de la educación en Aragón en ese siglo XX, y que usted ha estudiado en profundidad, es la de Arnal Cavero, primer director del Colegio Costa y después director honorífico.

Arnal Cavero era un humanista que, cuando se inauguró el colegio en 1929, reunió al alumnado y les dijo: “Niños, este edificio es vuestra casa. La ha hecho el Ayuntamiento para que paséis aquí los mejores años de vuestra vida”. Arnal es la historia de un sueño roto. Era un tipo feliz, que hasta iba a representar a España en un congreso sobre la “Escuela Nueva” en Londres a finales de julio de 1936. Ya no pudo ir. Le fueron a buscar a su casa y salvó la vida de milagro, gracias a que vivía con él su hermano, que era cura. Todo lo que tiene que ver con la Educación se rompió con la Guerra y la dictadura. Y, desde los años 70, lo que hacen los maestros es intentar tender puentes entre aquellos maestros de entonces y los actuales, pasando por encima de esa “larga noche de piedra”.

¿Y cree que eso se podrá reconstruir alguna vez?

Es que no se ha recuperado lo más importante, que es el componente ético y moral que aquello tenía. Los maestros que innovaban tenían un compromiso con la sociedad, daba igual el método que siguieran. Tenían un compromiso por mejorar la vida de los ciudadanos que se educaban aquí, entre estas paredes, porque confiaban en que la escuela iba a ser palanca de cambio. Pero esos maestros fueron exterminados. Sólo en Aragón fueron asesinados unos 300. Les mataron porque eran “Las luces de la República”: hablaban de derechos del ciudadano,  de sociedad laica o de justicia, a veces diciendo justo lo contrario que el cura en la misa del domingo. Ellos pagaron muy caro su compromiso. Fueron asesinados y, los que salvaron su vida, tuvieron que pasar el juicio de “Depuración del Magisterio”. Hay que recordar estas cosas: uno se asoma y ve el país que perdimos, lo que pudimos ser…

Otra de las derivadas de todo aquello es la existencia de una red de escuela pública y otras de concertadas y de privadas… ¿Es otra de las taras que arrastra nuestro sistema educativo?

A mí me gustaría una red única, que hubiera habido una red pública para todos. Pero esto no ha sido posible aquí, efectivamente, por la dictadura, que desmanteló la red pública de educación en beneficio de las escuelas de la Iglesia católica. Tenemos que ser valientes y cambiar las leyes, empezando por una Constitución que es hija del miedo. Hay ejemplos sangrantes: la Educación Infantil no es obligatoria y, por tanto, tampoco gratuita. Así que no habría que concertar ningún aula de Infantil. Pero tiempos de bonanza se decidió hacerlo indiscriminadamente. Cuando yo empecé de maestro en el Actur (Hermanos Marx) éramos diez maestras de infantil, tres o cuatro vías por nivel. En Primero de Primaria se quedaba en dos vías, A y B, porque la gente matriculaba a sus hijos en las monjas y en los otros concertados de alrededor.

Ese fenómeno sucede ahora con el Bachillerato de la pública, al que vuelven los que hacen la ESO en la concertada…

Efectivamente. Y no siempre vuelven a la red pública con una gran preparación. Posiblemente en las escuelas que se definen por lo religioso dan más importancia al catecismo que al abecedario. ¿Qué buscan las familias que se van a la concertada o la privada? Creo que muchas veces las razones son las mismas que Pedro Arnal Cavero ya señalaba en los años veinte: “Esos padres del quiero y no puedo, que eligen escuela con señor con gorra que abre la puerta, que eligen colegios que tienen dos puertas, una para los que pagan y otra para pobres. Pero nuestros niños de la pública, donde van, triunfan”.

Este curso ha sido de mucha reivindicación por parte de la escuela concertada…

Yo creo que este tema hay que abordarlo en su vertiente económica, empresarial, como un negocio. Yo querría una escuela única, para todos, donde hubiera libertad de conciencia, y no tres o cuatro redes que se cargan la igualdad. No se ha respetado la ley, porque no ha habido auténtica integración ni reparto de alumnos con necesidades educativas especiales. No ha habido nadie con la determinación necesaria para abordar en profundidad este asunto… Además, ese discurso de “nos cierran las escuelas” no es verdad. ¡Manténganlas abiertas! Lo que les quitan es el dinero. ¿Dónde está la concertada en Teruel?  En la capital y en Alcañiz. En el resto, nada. En Huesca, parecido.  La concertada y la privada sólo están en sitios donde son rentables, mientras que el sistema público mantiene  escuelas abiertas en pueblos con cuatro niños. Y eso dice mucho, y bueno, de nosotros como sociedad.

¿Por qué hay un sector de la ciudadanía que rechaza la escuela pública?

Se engaña quien piense que la gente elije la concertada por motivos religiosos. La realidad es que van por no mezclarse con inmigrantes o gitanos. El filtro se hace con euros. Aunque el “negocio” tiene unas normas -Consejo Escolar, Decreto Admisión de Alumnos y enseñanza en el marco de la Constitución- luego están “la sexta hora”, el chándal, el comedor… que suponen un gasto extra. Nadie le mete mano a eso.

¿Cómo explicar a quien tiene “miedo” que llevar a sus hijos a la escuela pública es un acierto?

Para saber cómo va una escuela hay que preguntar cómo les va a quienes lo tienen más difícil. Si a ellos les va bien es porque están en una buena escuela. Hace poco entrevisté al director del Instituto de Épila, Fernando Pablo, un instituto muy difícil en el que han tenido que superar muchos problemas en una localidad en la que se sienten muchas veces abandonados. Pero sus hijos han estudiado allí la Secundaria porque para él, me decía, “no hay ningún centro mejor”.  “Toda esta riqueza, esta diversidad y todo lo que han encontrado aquí les ha venido muy bien”, me decía. Y es que en su instituto hay desde familias que mandarán a sus hijas a Canadá al bachillerato internacional como las que están en una situación de exclusión, o han salido unas alumnas gambianas que están ahora haciendo sus prácticas en Irlanda. Hace falta quitarse prejuicios de la cabeza.

¿Quizá el principal reto, ahora, sea la diversidad, con las ventajas y dificultades que eso conlleva?

Cuando hablamos de esto, crudamente, la gente piensa en gitanos, en personas que han venido de fuera, en críos que viven en la exclusión… ¿Qué hacer? Hay un modo de entender esta situación que no comparto: en muchas ocasiones la llamada “educación compensatoria” se ha fijado como principal objetivo “que sean felices”, que vengan a la escuela, que convivan, que jueguen mucho, que canten sus canciones… Pero esa no es la escuela de transformación que yo busco.

¿Cómo hacerlo entonces?

Es un tema conflictivo, lo sé. Había un sacerdote, llamado Lorenzo Milani, un hombre de familia rica que trabajó en una zona muy dura de Italia. Milani decía: “Los pobres tienen que ir a la escuela doce horas al día para defenderse de todo, hasta de los curas”. Él predicaba la pedagogía del esfuerzo, más dura, pero posiblemente una pedagogía emancipadora, algo que la otra no tiene. Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano y encarcelado por Mussolini,  estaba en contra de la “escuela nueva” y defendía una pedagogía del esfuerzo. Decía que lo que diferenciaba a ricos de pobres era el lenguaje y por eso había dotar a los más necesitados de la herramienta de la lengua para que pudieran ser libres.

Sus hijos estudiaron en el Costa. ¿Por qué eligió nuestro colegio?

La escuela es la vida, volvemos al principio de la entrevista. A veces me he equivocado en cosas, pero yo acerté en elegir la escuela pública para mis hijos no por militancia, sino porque sabía que era la mejor para ellos. Para mí esta escuela era muy especial, porque yo estudié mucho a Arnal Cavero. Y estoy encantado de que mis hijos hayan aprendido aquí.

PASIÓN POR LA ESCUELA

Víctor Juan (Zaragoza, 1964) respira pasión por la escuela. Maestro y profesor de futuros maestros en la Universidad de Zaragoza, conoce como nadie la historia de la Educación en Aragón, sobre la que ha escrito libros y dictado miles de charlas y conferencias. Tanto su hijo como su hija –su otra gran pasión- fueron alumnos del Costa, en cuya AMPA colaboró  de manera muy especial cuando nuestro colegio celebró el 75 aniversario de su inauguración. Víctor Juan es director del Museo Pedagógico de Aragón, un lugar de visita imprescindible que rezuma ese amor y respeto que Víctor Juan siente hacia la escuela. “Tuitero” muy activo (@victorjuan), su tercera pasión es el Real Zaragoza, equipo por el que vive y, la verdad, también sufre.

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